El consultorio de Freud, se encuentra conservado tal y como era en vida.
La sala contiene el sofá analítico original traído de Berggasse 19 Viena, libros y los objetos arqueologicos que coleccionaba Freud.
El diván psicoanalítico de Freud, en el que reclinada a todos sus pacientes es muy cómodo y está cubierto con una alfombra iraní con ricos colores y cojines de chenilla apilados en la parte superior. Otras alfombras orientales finos, Heriz y Tabriz, cubren el suelo y mesas
La casa también está llena de recuerdos de su hija, Anna, quien vivió allí durante 44 años, falleciendo en el año 1982- Era su deseo de que la casa se convierta en un museo en honor a su padre.
Los Freud tuvieron la suerte de ser capaz de llevar todos sus muebles y efectos a Londres. Estos incluyen espléndidas Biedermeier cofres, mesas y armarios, y una buena colección de 18 y austríaca muebles rústicos pintados del siglo 19.
En junio de 1938, Freud escribía a su hijo Ernst: “Dos son los motivos que me empujan a irme a Londres en estos días tan deprimentes: reunirme contigo y morir en libertad”.
“Todas las mujeres egipcias, chinas y griegas han llegado. Aguantaron bien el viaje, sólo han sufrido pequeños desperfectos. Lucen mucho más aquí que en Berggasse [su casa en Viena]”, escribió Freud en su cuaderno después de que su nuevo hogar estuviera listo. Allí recibió a varios pacientes, terminó de escribir Moisés y el Monoteísmo, dejó sin terminar su obra Compendio del Psicoanálisis, y vivió el último año de su vida.
A sus pacientes les decía que mientras el material consciente se desgasta, lo inconsciente permanece: “Yo ilustraba mis comentarios”, escribió, “señalando los objetos antiguos que tenía alrededor de mi escritorio”. “Aquéllos”, decía, “eran sólo objetos encontrados en una tumba y con su entierro habían logrado conservarse”.
En 1971 se abrió el Museo Freud de Viena y los austriacos pidieron a Anna Freud el retorno, entre otras cosas, del famoso diván. La petición fue rechazada. Cuando Freud murió en Londres el 23 de septiembre de 1939, al año de llegar a la capital británica, su hija, también psicoanalista, heredó todo el patrimonio personal de su padre. Anna, nacionalizada británica, guardó y recreó el mundo freudiano, habitando la casa londinense durante 40 años, hasta su muerte en 1982.
Mientras vivió Anna, los austriacos no consiguieron convencerla de que el diván y otros objetos pertenecían a Viena, donde el psicoanalista había desarrollado sus teorías. El último intento del Museo Freud de Viena se produjo el año pasado, cuando este centro solicitó de nuevo el diván para exhibirlo en una exposición que, baja el título Sueños y realidad, se le dedicó a Sigmund Freud en la capital austriaca. Pero ni las autoridades británicas ni la Fundación Sigmund Freud Archive se fiaron de la solicitud. Cuando Anna falleció donó la residencia familiar y el material heredado a la fundación citada anteriormente, en la que pronto surgieron discrepancias sobre quién debía guardar la correspondencia entre padre e hija.
Freud murió en su estudio en 20 Maresfield Gardens, Londres el 23 de septiembre de 1939. Sufría de cáncer en la mandíbula y un corazón débil, pero él eligió para poner fin a su vida – por un acuerdo previo – con una sobredosis de morfina, administrada por su médico.
Hay una historia muy repetida que los nazis hicieron Freud firmar un documento en el que lo habían tratado con “respeto y consideración”. Según la historia, Freud añadió debajo de su firma: “Le recomiendo encarecidamente la Gestapo a cualquiera”. El documento fue encontrado posteriormente por los investigadores y no contiene tal comentario.
El Freud Museum está ubicado en 20 Maresfield Gardens en South Hampstead, Londres.
Hay una historia muy repetida que los nazis hicieron Freud firmar un documento en el que lo habían tratado con “respeto y consideración”. Según la historia, Freud añadió debajo de su firma: “Le recomiendo encarecidamente la Gestapo a cualquiera”. El documento fue encontrado posteriormente por los investigadores y no contiene tal comentario.
Fuente Museo Freud en Londres
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"En lo que se refiere a las restricciones que sólo afectan a determinadas clases sociales, lasituación se nos muestra claramente y no ha sido nunca un secreto para nadie. Es de suponer queestas clases postergadas envidiarán a las favorecidas sus privilegios y harán todo lo posible porlibertarse del incremento especial de privación que sobre ellas pesa. Donde no lo consigan,surgirá en la civilización correspondiente un descontento duradero que podrá conducir apeligrosas rebeliones. Pero cuando una civilización no ha logrado evitar que la satisfacción de uncierto número de sus partícipes tenga como premisa la opresión de otros, de la mayoría quizá -yasí sucede en todas las civilizaciones actuales-, es comprensible que los oprimidos desarrollenuna intensa hostilidad contra la civilización que ellos mismos sostienen con su trabajo, pero decuyos bienes no participan sino muy poco. En este caso no puede esperarse por parte de losoprimidos una asimilación de las prohibiciones culturales, pues, por el contrario, se negarán areconocerlas, tenderán a destruir la civilización misma y eventualmente a suprimir sus premisas.La hostilidad de estas clases sociales contra la civilización es tan patente que ha monopolizado laatención de los observadores, impidiéndoles ver la que latentemente abrigan también las otrascapas sociales más favorecidas. No hace falta decir que una cultura que deja insatisfecho a unnúcleo tan considerable de sus partícipes y los incita a la rebelión no puede durar mucho tiempo,ni tampoco lo merece. El grado de asimilación de los preceptos culturales -o dicho de un modo popular y nadapsicológico: el nivel moral de los partícipes de una civilización- no es el único patrimonioespiritual que ha de tenerse en cuenta para valorar la civilización de que se trate. Ha de atendersetambién a su acervo de ideales y a su producción artística; esto es, a las satisfacciones extraídasde estas dos fuentes.Nos inclinaremos demasiado fácilmente a incluir entre los bienes espirituales de una civilizaciónsus ideales; esto es, las valoraciones que determinan en ella cuáles son los rendimientos máselevados a los que deberá aspirarse.
Al principio parece que estos ideales son los que han determinado y determinan los rendimientosde la civilización correspondiente, pero no tardamos en advertir que, en realidad, sucede todo locontrario; los ideales quedan forjados como una secuela de los primeros rendimientos obtenidospor la acción conjunta de las dotes intrínsecas de una civilización y las circunstancias externas, yestos primeros rendimientos son retenidos ya por el ideal para ser continuados. Así, pues, lasatisfacción que el ideal procura a los partícipes de una civilización es de naturaleza narcisista yreposa en el orgullo del rendimiento obtenido. Para ser completa precisa de la comparación conotras civilizaciones que han tendido hacia resultados distintos y han desarrollado idealesdiferentes. De este modo, los ideales culturales se convierten en motivo de discordia y hostilidadentre los distintos sectores civilizados, como se hace patente entre las naciones.
La satisfacción narcisista, extraída del ideal cultural, es uno de tos poderes que con mayor éxitoactúan en contra de la hostilidad adversa a la civilización, dentro de cada sector civilizado. Nosólo las clases favorecidas que gozan de los beneficios de la civilización correspondiente sinotambién las oprimidas participan de tal satisfacción, en cuanto el derecho a despreciar a los queno pertenecen a su civilización les compensa de las imitaciones que la misma se impone a ellos.Cayo es un mísero plebeyo agobiado por los tributos y las prestaciones personales, pero estambién un romano, y participa como tal en la magna empresa de dominar a otras naciones eimponerles leyes. Esta identificación de los oprimidos con la clase que los oprime y los explotano es, sin embargo, más que un fragmento de una más amplia totalidad, pues, además, losoprimidos pueden sentirse efectivamente ligados a los opresores y, a pesar de su hostilidad, ver ensus amos su ideal. Si no existieran estas relaciones, satisfactorias en el fondo, seríaincomprensible que ciertas civilizaciones se hayan conservado tanto tiempo, a pesar de lajustificada hostilidad de grandes masas de hombres."
Freud - Porvenir de una ilusión - 1927
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